enlatada

Just another WordPress.com weblog

Archive for the ‘Sueños’ Category

Cenicienta

leave a comment »

Cenicienta atravesaba el párking descalza mirando la hora. Los pies sucios y el pulso acelerado. Una bomba de relojería. Había que parar.

Se apoyó en una columna maldiciendo a tantos coches que habían redondeado sus  esquinas a sabiendas de que era ella quien había permanecido inerte.

Despertó en la soledad de una sucia pensión revestida de polvo e insectos y al entrar al servicio dio con su imagen en el espejo. Escalofrio. La opacidad de su rostro, turbio… Nunca pudo imaginar las consecuencias. Y el hormigueo trepó por su espalda desnuda. ¿Acaso es él el que me devuelve esta imagen? ¿Será el cristal el culpable? Desde luego, parecía que no lo habían limpiado en mucho tiempo.

Las ventanas mojadas le informaban del chaparrón que caía fuera. Algo más en común, pensó, con los ojos vidriosos. No recordaba si de pequeña le decían de esconderse bajo un árbol durante el temporal, o si por el contrario era mejor mantenerse expuesta.

Envidiaba a las brujas, que permanecían desnudas en medio de la nada con los brazos en alto desafiando a los diluvios más violentos dado que ellas sí se atrevían a devolver sus amenazas. No temían abandonarse a la intemperie, aun a riesgo de que un rayo las partiera en dos.

Cenicienta decidió volver a la cama, se tumbó boca arriba sin taparse y repentinamente se armó de valor. Corrió dejando atrás las llaves y un portazo. Y ahí está, sentada en el bordillo con la mirada fija y un vestido de barro, esperando paciente que la tormenta pase.


Written by mlhierro

septiembre 29, 2010 at 10:47 pm

Cuando soñé que te morías

leave a comment »

Le enterraron en Tres Cantos, en ese cementerio que parece un vivero. Donde  las tumbas están recubiertas de helechos, musgo y enredadera, con esos techos de cristal (Mala idea, pensé, porque con mis lágrimas podría haber hecho efecto lupa y haber salido ardiendo. Contigo.) Las visitas, privadas. A uno le llamaban por su nombre y apellidos para poder realizar la despedida de rigor y a pesar de ese orden fúnebre aquello estaba de par en par. Hasta unos Boy Scouts escuchaban las instrucciones de su monitor sentados en la escalera, con los ojos como platos.

Pero ellos no estaban más sorprendidos que yo. Me dieron la noticia como quien no quiere la cosa en ese piso gris que era mi oficina y mis dos compañeros parecieron no inmutarse. Quizá no esperaban reacción por mi parte, pero sí parecieron mirar de reojo ante mi llanto y mis prisas por recuperar las fotos de su portátil antes de que pasara a ser de otro (Lo robé, por cierto). Y después corrí a su encuentro, y me perdí con el coche, pero algún conocido suyo supo decirme dónde estaba. Es que las pesadillas están llenas de casualidades.

Qué buen día hacía. Entraban por las cristaleras los rayos de un sol que abrasaba y la sensación se volvía curiosa con esas lágrimas gigantes que se deslizaban por mi cuerpo y dejaban rastros de azucar. Siempre dulce, como cuando dos personas se despiden «hasta mañana», pero se miran sabiendo que no van a volver a verse aunque duden de sus intenciones. Siempre dulce, como morirse en un día de sol.

Written by mlhierro

marzo 25, 2010 at 1:04 pm